Federico García Lorca
El público
Drama en cinco cuadros
Personajes (Por orden
de intervención)
DIRECTOR CRIADO CABALLO BLANCO
PRIMERO CABALLO BLANCO SEGUNDO CABALLO BLANCO TERCERO CABALLO BLANCO CUARTO
HOMBRE PRIMERO HOMBRE SEGUNDO HOMBRE TERCERO ARLEQUÍN DIRECTOR MUJER EN PIJAMA
ELENA FIGURA DE CASCABELES FIGURA DE PÁMPANOS NIÑO EMPERADOR CENTURIÓN JULIETA
CABALLO NEGRO EL TRAJE DE ARLEQUÍN EL TRAJE DE BAILARINA PASTOR BOBO DESNUDO
ROJO ENFERMERO ESTUDIANTE PRIMERO ESTUDIANTE SEGUNDO ESTUDIANTE TERCERO ESTUDIANTE
CUARTO ESTUDIANTE QUINTO DAMA PRIMERA DAMA SEGUNDA DAMA TERCERA DAMA CUARTA
MUCHACHO LADRÓN PRIMERO LADRÓN SEGUNDO TRASPUNTE PRESTIDIGITADOR SEÑORA
Cuarto del Director.
Cuadro primero
El Director sentado. Viste de
chaqué. Decorado azul. Una gran mano impresa en la pared. Las ventanas son
radiografías.
CRIADO. Señor.
DIRECTOR. ¿Qué?
CRIADO. Ahí está el público.
DIRECTOR. Que pase.
(Entran cuatro Caballos Blancos.)
DIRECTOR. ¿Qué desean? (Los
Caballos tocan sus trompetas.) Esto sería si yo fuese un hombre con
capacidad para el suspiro. ¡Mi teatro será siempre al aire fibre! Pero yo he
perdido toda mi fortuna. Si no, yo envenenaría el aire libre. Con una
jeringuilla que quite la costra de la herida me basta. ¡Fuera de aquí! ¡Fuera
de mi casa, caballos! Ya se ha inventado la cama para dormir con los caballos. (Llorando.)
Caballitos míos.
LOS CABALLOS. (Llorando.) Por
trescientas pesetas. Por doscientas pesetas, por un plato de sopa, por un
frasco de perfume vacío. Por tu saliva, por un recorte de tus uñas.
DIRECTOR. ¡Fuera, fuera, fuera! (Toca
un timbre.)
LOS CABALLOS. ¡Por nada! Antes te olían los pies y nosotros
teníamos tres años. Esperábamos en el
retrete, esperábamos detrás de las
puertas y luego te llenábamos la cama de lágrimas. (Entra el Criado.)
DIRECTOR.
¡Dame un látigo!
LOS CABALLOS. Y tus zapatos estaban cocidos por el sudor, pero
sabíamos comprender que la misma
relación tenía la luna con las
manzanas podridas en la hierba.
DIRECTOR. (Al Criado.) ¡Abre las
puertas!
LOS CABALLOS. No, no, no. ¡Abominable! Estás cubierto de vello y comes
la cal de lo muros que no es
tuya.
CRIADO. No abro la puerta. Yo
no quiero salir al teatro.
DIRECTOR. (Golpeándolo.) ¡Abre!
(Los Caballos sacan largas trompetas
doradas y danzan lentamente al son de su canto.)
LOS CABALLOS I.° Y 2.° (Furiosos.)
Abominable.
LOS CABALLOS 3.° Y 4.° Blenamiboá.
LOS CABALLOS I.° Y
2.° (Furiosos.) Abominable.
LOS CABALLOS. Blenamiboá.
(El Criado abre la puerta.)
DIRECTOR. ¡Teatro al aire libre!
¡Fuera! ¡Vamos! Teatro al aire libre. ¡Fuera de aquí! (Salen los Caballos.
A1 Criado.) Continúa. (Se sienta detrás de la mesa.)
CRIADO. Señor.
DIRECTOR. ¿Qué?
CRIADO. ¡El público!
DIRECTOR. Que pase.
(El Director cambia su peluca rubia
por una morena. Entran tres Hombres vestidos de frac exactamente iguales.
Llevan barbas oscuras.)
HOMBRE I ° ¿El señor Director del
teatro al aire fibre?
DIRECTOR. Servidor de usted.
HOMBRE I.° Venimos a
felicitarle por su última obra.
DIRECTOR. Gracias.
HOMBRE 3.°
Originalísima.
HOMBRE I.° ¡Y qué bonito título! Romeo y Julieta.
DIRECTOR.
Un hombre y una mujer que se enamoran.
HOMBRE I.° Romeo puede ser una ave y
Julieta puede ser una piedra. Romeo puede ser un grano de sal y Julieta puede
ser un mapa.
DIRECTOR. Pero nunca dejarán de ser Romeo y Julieta.
HOMBRE I.° Y
enamorados. ¿Usted cree que estaban enamorados?
DIRECTOR. Hombre... yo no estoy
dentro...
HOMBRE I.° ¡Basta! ¡Basta! Usted mismo se denuncia.
HOMBRE 2.° (Al
Hombre I.°) Ve con prudencia. Tú tienes la culpa. ¿Para qué vienes a la
puerta de los
teatros? Puedes llamar a un bosque y
es fácil que éste abra el ruido de su savia para tus oídos. ¡Pero un
teatro!
HOMBRE I.° Es a los teatros
donde hay que llamar; es a los teatros, para...
HOMBRE 3.° Para que se sepa la
verdad de las sepulturas.
HOMBRE 2.° Sepulturas con focos de gas, y anuncios, y
largas filas de butacas.
DIRECTOR. Caballeros...
HOMBRE I.° Sí, sí. Director
del teatro al aire libre, autor de Romeo y Julieta.
HOMBRE 2.° ¿Cómo
orinaba Romeo, señor Director? ¿Es que no es bonito ver orinar a Romeo? ¿Cuántas
veces fingió tirarse de la torre
para ser apresado en la comedia de su sufrimiento? ¿Qué pasaba, señor Director,
cuando no pasaba? ¿Y el sepulcro? ¿Por qué, en el final, no bajó usted las
escaleras del sepulcro? Pudo usted haber visto un ángel que se llevaba el sexo
de Romeo, mientras dejaba el otro, el suyo, el que le correspondía. Y si yo le
digo que el personaje principal de todo fue una flor venenosa, ¿qué pensaría
usted? Conteste.
DIRECTOR. Señores, no es ése el
problema.
HOMBRE I.° (Interrumpiendo.) No hay otro. Tendremos necesidad
de enterrar el teatro por la cobardía de
todos, y tendré que darme un tiro.
HOMBRE 2.° ¡Gonzalo!
HOMBRE I.° (Lentamente.) Tendré que darme un tiro
para inaugurar el verdadero teatro, el teatro bajo la
arena.
DIRECTOR. Gonzalo...
HOMBRE
I.° ¿Cómo?... (Pausa.)
DIRECTOR. (Reaccionando.) Pero no puedo.
Se hundiría todo. Sería dejar ciegos a mis hijos y luego, ¿qué
hago con el público? ¿Qué hago con
el público si quito las barandas al puente? Vendría la máscara a devorarme. Yo
vi una vez a un hombre devorado por la máscara. Los jóvenes más fuertes de la
ciudad, con picas ensangrentadas, le hundían por el trasero grandes bolas de
periódicos abandonados, y en América hubo una vez un muchacho a quien la
máscara ahorcó colgado de sus propios intestinos.
HOMBRE I.° ¡Magnífico!
HOMBRE 2.°
¿Por qué no lo dice usted en el teatro?
HOMBRE 3.° ¿Eso es el principio de un
argumento?
DIRECTOR. En todo caso un final.
HOMBRE 3.° Un final ocasionado por
el miedo.
DIRECTOR. Está claro, señor. No me supondrá usted capaz de sacar la
máscara a escena.
HOMBRE I.° ¿Por qué no?
DIRECTOR. ¿Y la moral? ¿Y el estómago
de los espectadores?
HOMBRE I.° Hay personas que vomitan cuando se vuelve un
pulpo del revés y otras que se ponen pálidas
si oyen pronunciar con la debida
intención la palabra cáncer; pero usted sabe que contra esto existe la
hojalata, y el yeso, y la adorable mica, y en último caso el cartón, que están
al alcance de todas las fortunas como medios expresivos. (Se levanta.) Pero
usted lo que quiere es engañarnos. Engañarnos para que todo siga igual y nos
sea imposible ayudar a los muertos. Usted tiene la culpa de que las moscas
hayan caído en cuatro mil naranjadas que yo tenía dispuestas. Y otra vez tengo
que empezar a romper las raíces.
DIRECTOR. (Levantándose.) Yo no
discuto, señor. ¿Pero qué es lo que quiere de mí? ¿Trae usted una obra nueva?
HOMBRE I.° ¿Le parece a usted obra
más nueva que nosotros con nuestras barbas... y usted?
DIRECTOR. ¿Y yo...?
HOMBRE I.° Sí... usted.
HOMBRE 2.°
¡Gonzalo!
HOMBRE I.° (Mirando al Director.) Lo reconozco todavía y me
parece estarlo viendo aquella mañana que
encerró una liebre, que era un
prodigio de velocidad, en una pequeña cartera de libros. Y otra vez, que se
puso dos rosas en las orejas el primer día que descubrió el peinado con la raya
en medio. Y tú, ¿me reconoces?
DIRECTOR. No es éste el argumento.
¡Por Dios! (A voces.) Elena, Elena.
(Corre a la puerta.)
HOMBRE I.° Pero te he de llevar al
escenario, quieras o no quieras. Me has hecho sufrir demasiado. ¡Pronto! ¡El
biombo! ¡El biombo! (El Hombre 3. ° saca un biombo y lo coloca en medio de
la escena.)
DIRECTOR. (Llorando.) Me ha
de ver el público. Se hundirá mi teatro. Yo había hecho los dramas mejores de
la temporada, ¡pero ahora!...
(Suenan las trompetas de los
Caballos. El Hombre I.° se dirige al fondo y abre la puerta.)
HOMBRE I.° Pasar adentro, con
nosotros. Tenéis sitio en el drama. Todo el mundo. (Al Director.) Y tú,
pasa por detrás del biombo.
(Los Hombres 2.° y 3.°
empujan al Director. Éste pasa por el biombo y aparece por la otra esquina un
Muchacho vestido de raso blanco con una gola Blanca al cuello. Debe ser una
actriz. Lleva una pequeña guitarrita negra.)
HOMBRE I.° ¡Enrique! ¡Enrique! (Se
cubre la cara con las manos.)
HOMBRE 2.° No me hagas pasar a mí por el
biombo. Déjame ya tranquilo. ¡Gonzalo!
DIRECTOR. (Frío y pulsando las
cuerdas.) Gonzalo, te he de escupir mucho. Quiero escupirte y romperte
el frac con unas tijeritas. Dame
seda y aguja. Quiero bordar. No me gustan los tatuajes, pero lo quiero
bordar con sedas.
HOMBRE 3.° (A
los Caballos.) Tomad asiento donde queráis.
HOMBRE I.° (Llorando.) ¡Enrique!
¡Enrique!
DIRECTOR. Te bordaré sobre la carne y me gustará verte dormir en el
tejado. ¿Cuánto dinero tienes en el
bolsillo? ¡Quémalo! (El Hombre
I.° enciende un fósforo y quema los billetes.) Nunca veo bien cómo
desaparecen los dibujos en la llama. ¿No tienes más dinero? ¡Qué pobre eres,
Gonzalo! ¿Y mi lápiz para los labios? ¿No tienes carmín? Es un fastidio.
HOMBRE 2.° (Tímido.) Yo tengo.
(Se saca el lápiz por debajo de la barba y lo ofrece.)
DIRECTOR.
Gracias... pero... ¿pero también tú estás aquí? ¡Al biombo! Tú también al
biombo. ¿Y todavía
lo soportas, Gonzalo?
(El Director empuja bruscamente al
Hombre 2.°, y aparece por el otro extremo del biombo una Mujer vestida con
pantalones de pijama negro y una corona de amapolas en la cabeza. Lleva en la
mano unos impertinentes cubiertos por un bigote rubio que usará poniéndolo
sobre su boca en algunos momentos del drama.)
HOMBRE 2.° (Secamente.) Dame
el lápiz.
DIRECTOR. ¡Ja, ja, ja! ¡Oh Maximiliana, emperatriz de Baviera! ¡Oh
mala mujer!
HOMBRE 2.° (Poniéndose el bigote sobre los labios.) Te
recomendaría un poco de silencio.
DIRECTOR. ¡Oh mala mujer! ¡Elena! ¡Elena!
HOMBRE I.° (Fuerte.) No llames a Elena.
DIRECTOR. ¿Y por qué no? Me ha
querido mucho cuando mi teatro estaba al aire libre. ¡Elena!
(Elena sale de la izquierda. Viste
de griega. Lleva las cejas azules, el cabello blanco y los pies de yeso. El
vestido, abierto totalmente por delante, deja ver sus muslos cubiertos con
apretada malla rosada. El Hombre 2.° se lleva el bigote a los labios.)
ELENA. ¿Otra vez igual?
DIRECTOR.
Otra vez.
HOMBRE 3.° ¿Por qué has salido, Elena? ¿Por qué has salido si no me
vas a querer?
ELENA. ¿Quién te lo dijo? Pero ¿por qué me quieres tanto?
Yo te besaría los pies si tú me
castigaras y te fueras con las otras mujeres. Pero tú me adoras demasiado a
mí sola. Será necesario terminar de
una vez.
DIRECTOR. (Al Hombre 3.°) ¿Y yo? ¿No te acuerdas de mí? ¿No te
acuerdas de mis uñas arrancadas?
¿Cómo habría conocido a las otras y
a ti no? ¿Por qué te he llamado, Elena? ¿Por qué te he llamado,
suplicio mío?
ELENA. (Al Hombre
3.°) ¡Vete con él! Y confiésame ya la verdad que me ocultas. No me importa
que
estuvieras borracho y que te quieras
justificar, pero tú lo has besado y has dormido en la misma cama.
HOMBRE 3.°
¡Elena! (Pasa rápidamente por detrás del biombo y aparece sin barba con la
cara
palidísima y un látigo en la mano.
Lleva muñequeras de cuero con clavos dorados.)
HOMBRE 3.° (Azotando
al Director.) Tú siempre hablas, tú siempre mientes y he de acabar contigo
sin la
menor misericordia.
LOS CABALLOS.
¡Misericordia! ¡Misericordia!
ELENA. Podías seguir golpeando un siglo entero y
no creería en ti. (El Hombre 3.° se dirige a Elena y le
aprieta las muñecas.) Podrías
seguir un siglo entero atenazando mis dedos y no lograrías hacerme
escapar un solo gemido.
HOMBRE 3.°
¡Veremos quién puede más!
ELENA. Yo y siempre yo.
(Aparece el Criado.)
ELENA. ¡Llévame pronto de aquí!
¡Contigo! ¡Llévame! (El Criado pasa por detrás del biombo y sale de la misma
manera.) ¡Llévame! ¡Muy lejos! (El Criado la toma en brazos.)
DIRECTOR. Podemos empezar.
HOMBRE
I.° Cuando quieras.
LOS CABALLOS. ¡Misericordia! ¡Misericordia!
Ruina romana.
(Los Caballos suenan sus largas
trompetas. Los personajes están rígidos en sus puestos.)
Telón lento
Cuadro segundo
Una Figura, cubierta totalmente de
Pámpanos rojos, toca una flauta sentada sobre un capitel. Otra Figura, cubierta
de Cascabeles dorados, danza en el centro de la escena.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me
convirtiera en nube?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en ojo.
FIGURA DE
CASCABELES. ¿Si yo me convirtiera en caca?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me
convertiría en mosca.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me convirtiera en manzana?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en beso.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me
convirtiera en pecho?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en sábana blanca.
VOZ. (Sarcástica.) ¡Bravo!
FIGURA DE CASCABELES. ¿Y si yo me convirtiera
en pez luna?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en cuchillo.
FIGURA DE
CASCABELES. (Dejando de danzar.) Pero ¿por qué?, ¿por qué me atormentas?
¿Cómo no
vienes conmigo, si me amas, hasta
donde yo te lleve? Si yo me convirtiera en pez luna, tú te convertirías en ola
de mar, o en alga, y si quieres algo muy lejano, porque no desees besarme, tú
te convertirías en luna llena, ¡pero en cuchillo! Te gozas en interrumpir mi
danza. Y danzando es la única manera que tengo de amarte.
FIGURA DE PÁMPANOS. Cuando rondas el
lecho y los objetos de la casa te sigo, pero no te sigo a los sitios adonde tú,
lleno de sagacidad, pretendes llevarme. Si tú te convirtieras en pez luna, yo
te abriría con un cuchillo, porque soy un hombre, porque no soy nada más que
eso, un hombre, más hombre que Adán, y quiero que tú seas aún más hombre que
yo. Tan hombre que no haya ruido en las ramas cuando tú pases. Pero tú no eres
un hombre. Si yo no tuviera esta flauta, te escaparías a la luna, a la luna
cubierta de pañolitos de encaje y gotas de sangre de mujer.
FIGURA DE CASCABELES. (Tímidamente.)
¿Y si yo me convirtiera en hormiga?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Enérgico.) Yo
me convertiría en tierra.
FIGURA DE CASCABELES. (Más fuerte.) ¿Y si yo
me convirtiera en tierra?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Más débil.) Yo me
convertiría en agua.
FIGURA DE CASCABELES. (Vibrante.)
¿Y si yo me convirtiera en agua?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Desfallecido.) Yo
me convertiría en pez luna.
FIGURA DE CASCABELES. (Tembloroso.) ¿Y si yo
me convirtiera en pez luna?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Levantándose.) Yo me
convertiría en cuchillo. En un cuchillo afilado durante
cuatro largas primaveras.
FIGURA DE
CASCABELES. Llévame al baño y ahógame. Será la única manera de que puedas verme
desnudo. ¿Te figuras que tengo miedo
a la sangre? Sé la manera de dominarte. ¿Crees que no te conozco? De dominarte
tanto que si yo dijera: «¿si yo me convirtiera en pez luna?», tú me
contestarías: «yo me convertiría en una bolsa de huevas pequeñitas».
FIGURA DE PÁMPANOS. Toma un hacha y
córtame las piernas. Deja que vengan los insectos de la ruina y vete. Porque te
desprecio. Quisiera que tú calaras hasta lo hondo. Te escupo.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Lo quieres?
Adiós. Estoy tranquilo. Si voy bajando por la ruina iré encontrando amor y cada
vez más amor.
FIGURA DE PÁMPANOS. (Angustiado.)
¿Dónde vas? ¿Dónde vas?
FIGURA DE CASCABELES. ¿No deseas que me vaya?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Con voz débil.) No, no te vayas. ¿Y si yo me
convirtiera en un granito de
arena?
FIGURA DE CASCABELES. Yo me
convertiría en un látigo.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¿Y si yo me convirtiera en una
bolsa de huevas pequeñitas?
FIGURA DE CASCABELES. Yo me convertiría en otro
látigo. Un látigo hecho con cuerdas de guitarra.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡No me
azotes! FIGURA DE CASCABELES. Un látigo hecho con maromas de barco.
FIGURA DE
PÁMPANOS. ¡No me golpees el vientre! FIGURA DE CASCABELES. Un látigo hecho con
los estambres de una orquídea.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡Acabarás por dejarme ciego!
FIGURA DE CASCABELES. Ciego, porque no eres hombre. Yo sí soy un hombre. Un
hombre, tan
hombre, que me desmayo cuando se
despiertan los cazadores. Un hombre, tan hombre, que siento un dolor agudo en
los dientes cuando alguien quiebra un tallo, por diminuto que sea. Un gigante.
Un gigante, tan gigante, que puedo bordar una rosa en la uña de un niño recién
nacido.
FIGURA DE PÁMPANOS. Estoy esperando
la noche, angustiado por el blancor de la ruina, para poder arrastrarme a tus
pies.
FIGURA DE CASCABELES. No. No. ¿Por
qué me dices eso? Eres tú quien me debes obligar a mí para que lo haga. ¿No
eres tú un hombre? ¿Un hombre más hombre que Adán?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Cayendo al
suelo.) ¡Ay! ¡Ay!
FIGURA DE CASCABELES. (Acercándose en voz baja.) ¿Y
si yo me convirtiera en capitel?
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡Ay de mí!
FIGURA DE CASCABELES. Tú te
convertirías en sombra de capitel y nada más. Y luego vendría Elena a mi cama.
Elena, ¡corazón mío! Mientras tú, debajo de los cojines, estarías tendido lleno
de sudor, un sudor que no sería tuyo, que sería de los cocheros, de los
fogoneros y de los médicos que operan el cáncer. Y entonces yo me convertiría
en pez luna y tú no serías ya nada más que una pequeña polvera que pasa de mano
en mano.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡Ay!
FIGURA DE
CASCABELES. ¿Otra vez? ¿Otra vez estás llorando? Tendré necesidad de desmayarme
para
que vengan los campesinos. Tendré
necesidad de llamar a los negros, a los enormes negros heridos por las navajas
de las yucas que luchan día y noche con el fango de los ríos. Levántate del
suelo, cobarde. Ayer estuve en casa del fundidor y encargué una cadena. ¡No te
alejes de mí! Una cadena. Y estuve toda la noche llorando porque me dolían las
muñecas y los tobillos y, sin embargo, no la tenía puesta. (La Figura de
Pámpanos toca un silbato de plata.) ¿Qué haces? (Suena el silbato otra
vez.) Ya sé lo que deseas, pero tengo tiempo de huir.
FIGURA DE PÁMPANOS. (Levantándose.)
Huye si quieres.
FIGURA DE CASCABELES. Me defenderé con las hierbas.
FIGURA
DE PÁMPANOS. Prueba a defenderte. (Suena el silbato. Del techo cae un Niño
vestido con una
malla roja.)
NIÑO. ¡El Emperador! ¡El Emperador!
¡El Emperador!
FIGURA DE PÁMPANOS. El Emperador.
FIGURA DE CASCABELES. Yo haré
tu papel. No te descubras. Me costaría la vida.
NIÑO. ¡El Emperador! ¡El
Emperador! ¡El Emperador!
FIGURA DE CASCABELES. Todo entre nosotros era un
juego. Jugábamos. Y ahora yo serviré al
Emperador fingiendo la voz tuya. Tú
puedes tenderte detrás de aquel gran capitel. No te lo había dicho
nunca. Allí hay una vaca que guisa
la comida para los soldados.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡El Emperador! Ya no hay
remedio. Tú has roto el hilo de la araña y ya siento
que mis grandes pies se van
volviendo pequeñitos y repugnantes.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Quieres un poco de
té? ¿Dónde podría encontrar una bebida caliente en
esta ruina?
NIÑO. (En el suelo.) ¡El
Emperador! ¡El Emperador! ¡El Emperador!
(Suena una trompa y aparece el
Emperador de los romanos. Con él viene un Centurión de túnica amarilla y carne
gris. Detrás vienen los cuatro Caballos con sus trompetas. El Niño se dirige al
Emperador. Éste lo toma en sus brazos y se pierden en los capiteles.)
CENTURIÓN. El Emperador busca a uno.
FIGURA DE PÁMPANOS. Uno soy yo.
FIGURA DE CASCABELES. Uno soy yo.
CENTURIÓN.
¿Cuál de los dos?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo.
FIGURA DE
CASCABELES. Yo.
CENTURIÓN. El Emperador adivinará cuál de los dos es uno. Con
un cuchillo o con un salivazo.
¡Malditos seáis todos los de vuestra
casta! Por vuestra culpa estoy yo corriendo caminos y durmiendo sobre la arena.
Mi mujer es hermosa como una montaña. Pare por cuatro o cinco sitios a la vez y
ronca al mediodía debajo de los árboles. Yo tengo doscientos hijos. Y tendré
todavía muchos más. ¡Maldita sea vuestra casta!
(El Centurión escupe y canta. Un
grito largo y sostenido se oye detrás de las columnas. Aparece el Emperador
limpiándose la frente. Se quita unos guantes negros; después unos guantes rojos
y aparecen sus manos de una blancura clásica.)
EMPERADOR. (Displicente.) ¿Cuál
de los dos es uno?
FIGURA DE CASCABELES. Yo soy, señor.
EMPERADOR. Uno es uno y siempre uno. He degollado más de cuarenta muchachos que
no lo quisieron
decir.
CENTURIÓN. (Escupiendo.) Uno
es uno y nada más que uno.
EMPERADOR. Y no hay dos.
CENTURIÓN. Porque si
hubiera dos no estaría el Emperador buscando por los caminos.
EMPERADOR. (Al
Centurión.) ¡Desnúdalos!
FIGURA DE CASCABELES. Yo soy uno, señor. Ése es el
mendigo de las ruinas. Se alimenta con raíces.
EMPERADOR. Aparta.
FIGURA DE
PÁMPANOS. Tú me conoces. Tú sabes quién soy. (Se despoja de los pámpanos y
aparece
un desnudo blanco de yeso.)
EMPERADOR. (Abrazándolo.)
Uno es uno.
FIGURA DE PÁMPANOS. Y siempre uno. Si me besas yo abriré mi
boca para clavarme después tu
espada en el cuello.
EMPERADOR. Así
lo haré.
FIGURA DE PÁMPANOS. Y deja mi cabeza de amor en la ruina. La cabeza de
uno que fue siempre uno.
EMPERADOR. (Suspirando.) Uno.
CENTURIÓN. (Al
Emperador.) Difícil es, pero ahí lo tienes.
FIGURA DE PÁMPANOS. Lo tiene
porque nunca lo podrá tener.
FIGURA DE CASCABELES. ¡Traición! ¡Traición!
CENTURIÓN. ¡Cállate, rata vieja! ¡Hijo de la escoba!
FIGURA DE CASCABELES.
¡Gonzalo! ¡Ayúdame, Gonzalo!
(La Figura de Cascabeles tira de una
columna y ésta se desdobla en el biombo blanco de la primera escena. Por detrás
salen los tres Hombres barbados y el Director de escena.)
HOMBRE I.° ¡Traición!
FIGURA DE
CASCABELES. ¡Nos ha traicionado!
DIRECTOR. ¡Traición!
(El Emperador está abrazado a la
Figura de Pámpanos.) Telón
Cuadro tercero
Muro de arena. A la izquierda, y
pintada sobre el muro, una luna transparente casi de gelatina. En el centro,
una inmensa hoja verde lanceolada.
HOMBRE I.° (Entrando.) No es
esto lo que hace falta. Después de lo que ha pasado, sería injusto que yo
volviese otra vez para hablar con los niños y observar la alegría del cielo.
HOMBRE 2.° Mal sitio es éste.
DIRECTOR. ¿Habéis presenciado la lucha?
HOMBRE 3.° (Entrando.) Debieron
morir los dos. No he presenciado nunca un festín más sangriento.
HOMBRE I.° Dos
leones. Dos semidioses.
HOMBRE 2.° Dos semidioses si no tuvieran ano.
HOMBRE
I.° Pero el ano es el castigo del hombre. El ano es el fracaso del hombre, es
su vergüenza y su
muerte. Los dos tenían ano y ninguno
de los dos podía luchar con la belleza pura de los mármoles que
brillaban conservando deseos íntimos
defendidos por una superficie intachable.
HOMBRE 3.° Cuando sale la luna, los
niños del campo se reúnen para defecar.
HOMBRE I.° Y detrás de los juncos, a la
orilla fresca de los remansos, hemos encontrado la huella del
hombre que hace horrible la libertad
de los desnudos.
HOMBRE 3.° Debieron morir los dos.
HOMBRE I.° (Enérgico.) Debieron
vencer.
HOMBRE 3.° ¿Cómo?
HOMBRE I.° Siendo hombres los dos y no dejándose
arrastrar por los falsos deseos. Siendo íntegramente
hombres. ¿Es que un hombre puede
dejar de serlo nunca?
HOMBRE 2.° ¡Gonzalo!
HOMBRE I.° Han sido vencidos y ahora
todo será para burla y escarnio de la gente.
HOMBRE 3.° Ninguno de los dos era
un hombre. Como no lo sois vosotros tampoco. Estoy asqueado de
vuestra compañía.
HOMBRE I.° Ahí
detrás, en la última parte del festín, está el Emperador. ¿Por qué no sales y
lo
estrangulas? Reconozco tu valor
tanto como justifico tu belleza. ¿Cómo no te precipitas y con tus
mismos dientes le devoras el cuello?
DIRECTOR. ¿Por qué no lo haces tú?
HOMBRE I.° Porque no puedo, porque no
quiero, porque soy débil.
DIRECTOR. Pero él puede, él quiere, él es fuerte. (En
alta voz.) ¡El Emperador está en la ruina!
HOMBRE 3.° Que vaya el que
quiera respirar su aliento.
HOMBRE I.° ¡Tú!
HOMBRE 3.° Sólo podría convenceros
si tuviera mi látigo.
HOMBRE I.° Sabes que no te resisto, pero te desprecio por
cobarde.
HOMBRE 2.° ¡Por cobarde!
DIRECTOR. (Fuerte y mirando al Hombre 3.°)
¡El Emperador que bebe nuestra sangre está en la ruina!
(El Hombre 3.° se tapa la cara con
las manos.)
HOMBRE I.° (Al Director.) Ése
es, ¿lo conoces ya? Ése es el valiente que en el café y en el libro nos va
arrollando las venas en largas espinas de pez. Ése es el hombre que ama al
Emperador en soledad y lo busca en las tabernas de los puertos. Enrique, mira
bien sus ojos. Mira qué pequeños racimos de uvas bajan por sus hombros. A mí no
me engaña. Pero ahora yo voy a matar al Emperador. Sin cuchillo, con estas
manos quebradizas que me envidian todas las mujeres.
DIRECTOR. ¡No, que irá él! Espera un
poco. (El Hombre se sienta en una silla y llora.)
HOMBRE 3.° ¡No podría
estrenar mi pijama de nubes! ¡Ay! Vosotros no sabéis que yo he descubierto una
bebida maravillosa que solamente
conocen algunos negros de Honduras.
DIRECTOR. Es en un pantano podrido donde
debemos estar y no aquí. Bajo el légamo donde se consumen
las ranas muertas.
HOMBRE 2.° (Abrazando
al Hombre I.°) Gonzalo, ¿por qué lo amas tanto?
HOMBRE I.° (Al
Director.) ¡Te traeré la cabeza del Emperador!
DIRECTOR. Será el mejor
regalo para Elena.
HOMBRE 2.° Quédate, Gonzalo, y permite que te lave los pies.
HOMBRE I.° La cabeza del Emperador quema los cuerpos de todas las mujeres.
DIRECTOR. (Al Hombre I.°) Pero tú no sabes que Elena puede pulir sus
manos dentro del fósforo y la cal
viva. ¡Vete con el cuchillo! ¡Elena,
Elena, corazón mío!
HOMBRE 3.° ¡Corazón mío de siempre! Nadie nombre aquí a
Elena.
DIRECTOR. (Temblando.) Nadie la nombre. Es mucho mejor que nos
serenemos. Olvidando el teatro será
posible. Nadie la nombre.
HOMBRE I.°
Elena.
DIRECTOR. (Al Hombre I.°) ¡Calla! Luego, yo estaré esperando
detrás de los muros del gran almacén.
Calla.
HOMBRE I.° Prefiero acabar de
una vez. ¡Elena! (Inicia el mutis.)
DIRECTOR. Oye, ¿y si yo me
convirtiera en un pequeño enano de jazmines?
HOMBRE 2.° (Al Hombre I.°) ¡Vamos!
¡No te dejes engañar! Yo te acompaño a la ruina.
DIRECTOR. (Abrazando al
Hombre I.°) Me convertiría en una píldora de anís, una píldora donde
estarían
exprimidos los juncos de todos los
ríos, y tú serías una gran montaña china cubierta de vivas arpas
diminutas.
HOMBRE I.° (Entornando
los ojos.) No, no. Yo entonces no sería una montaña china. Yo sería un odre
de
vino antiguo que llena de
sanguijuelas la garganta. (Luchan.)
HOMBRE 3.° Tendremos necesidad de
separarlos.
HOMBRE 2.° Para que no se devoren.
HOMBRE 3.° Aunque yo encontraría mi
libertad.
(El Director y el Hombre I.° luchan
sordamente.)
HOMBRE 2.° Pero yo encontraría mi
muerte.
HOMBRE 3.° Si yo tengo un esclavo...
HOMBRE 2.° Es porque yo soy un
esclavo.
HOMBRE 3.° Pero, esclavos los dos, de modo distinto podemos romper las
cadenas.
HOMBRE I.° ¡Llamaré a Elena!
DIRECTOR. ¡Llamaré a Elena!
HOMBRE
I.° ¡No, por favor!
DIRECTOR. No, no la llames. Yo me convertiré en lo que tú
desees.
(Desaparecen luchando por la
derecha.)
HOMBRE 3.° Podemos empujarlos y
caerán al pozo. Así tú y yo quedaremos libres.
HOMBRE 2.° Tú, libre. Yo, más
esclavo todavía.
HOMBRE 3.° No importa. Yo les empujo. Estoy deseando vivir en
mi tierra verde, ser pastor, beber el
agua de la roca.
HOMBRE 2.° Te
olvidas de que soy fuerte cuando quiero. Era yo un niño y uncía los bueyes de
mi padre.
Aunque mis huesos estén cubiertos de
pequeñísimas orquídeas, tengo una capa de músculos que utilizo
cuando quiero.
HOMBRE 3.° (Suave.)
Es mucho mejor para ellos y para nosotros. ¡Vamos! El pozo es profundo.
HOMBRE 2.o ¡No te dejare!
(Luchan. El Hombre 2.° empuja
al Hombre 3.° y desaparecen por el lado opuesto. El muro se abre y aparece el
sepulcro de Julieta en Verona. Decoración realista. Rosales y yedras. Luna.
Julieta está tendida en el sepulcro. Viste un traje blanco de ópera. Lleva al
aire sus dos senos de celuloide rosado.)
JULIETA. (Saltando del sepulcro.)
Por favor. No he tropezado con una amiga en todo el tiempo, a pesar de
haber cruzado más de tres mil arcos vacíos. Un poco de ayuda, por favor. Un
poco de ayuda y un mar de sueño. (Canta.)
Un mar de sueño. Un mar de tierra
blanca y los arcos vacíos por el cielo. Mi cola por las naves, por las algas.
Mi cola por el tiempo. Un mar de tiempo. Playa de los gusanos leñadores y
delfín de cristal por los cerezos. ¡Oh puro amianto de final! ¡Oh ruina! ¡Oh
soledad sin arco! ¡Mar de sueño!
(Un tumulto de espadas y voces surge
al fondo de la escena.)
JULIETA. Cada vez más gente.
Acabarán por invadir mi sepulcro y ocupar mi propia cama. A mí no me importan
las discusiones sobre el amor ni el teatro. Yo lo que quiero es amar.
CABALLO BLANCO I.° (Apareciendo.
Trae una espada en la mano.) ¡Amar!
JULIETA. Sí. Con amor que dura sólo un
momento.
CABALLO BLANCO I.° Te he esperado en el jardín.
JULIETA. Dirás en el
sepulcro.
CABALLO BLANCO I.° Sigues tan loca
como siempre. Julieta, ¿cuándo podrás darte cuenta de la perfección de un día?
Un día con mañana y con tarde.
JULIETA. Y con noche.
CABALLO BLANCO
I.° La noche no es el día. Y en un día lograrás quitarte la angustia y
ahuyentar las
impasibles paredes de mármol.
JULIETA. ¿Cómo?
CABALLO BLANCO I.° Monta en mi grupa.
JULIETA. ¿Para qué?
CABALLO BLANCO I.° (Acercándose.) Para llevarte.
JULIETA. ¿Dónde?
CABALLO BLANCO I.° A lo oscuro. En lo oscuro hay ramas suaves. El cementerio de
las alas tiene mil
superficies de espesor.
JULIETA. (Temblando.)
¿Y qué me darás allí?
CABALLO BLANCO I.° Te daré lo más callado de lo
oscuro.
JULIETA. ¿El día?
CABALLO BLANCO I.° El musgo sin luz. El tacto que
devora pequeños mundos con las yemas de los
dedos.
JULIETA. ¿Eras tú el que ibas
a enseñarme la perfección de un día?
CABALLO BLANCO I.° Para pasarte a la
noche.
JULIETA. (Furiosa.) ¿Y qué tengo yo, caballo idiota, que ver con
la noche? ¿Qué tengo yo que aprender
de sus estrellas o de sus borrachos?
Será preciso que use veneno de rata para librarme de gente molesta.
Pero yo no quiero matar a las ratas.
Ellas traen para mí pequeños pianos y escobillas de laca.
CABALLO BLANCO I.°
Julieta, la noche no es un momento, pero un momento puede durar toda la noche.
JULIETA. (Llorando.) Basta. No quiero oírte más. ¿Para qué quieres
llevarme? Es el engaño la palabra del
amor, el espejo roto, el paso en el
agua. Después me dejarías en el sepulcro otra vez, como todos hacen tratando de
convencer a los que escuchan de que el verdadero amor es imposible. Ya estoy
cansada. Y me levanto a pedir auxilio para arrojar de mi sepulcro a los que
teorizan sobre mi corazón y a los que me abren la boca con pequeñas pinzas de
mármol.
CABALLO BLANCO I.° El día es un
fantasma que se sienta.
JULIETA. Pero yo he conocido mujeres muertas por el
sol.
CABALLO BLANCO I.° Comprende bien: un solo día para amar todas las noches.
JULIETA. ¡Lo de todos! ¡Lo de todos! Lo de los hombres, lo de los árboles, lo
de los caballos. Todo lo que
quieres enseñarme lo conozco
perfectamente. La luna empuja de modo suave las casas deshabitadas, provoca la
caída de las columnas y ofrece a los gusanos diminutas antorchas para entrar en
el interior de las cerezas. La luna lleva a las alcobas las caretas de la
meningitis, llena de agua fría los vientres de las embarazadas, y apenas me
descuido arroja puñados de hierba sobre mis hombros. No me mires, caballo, con
ese deseo que tan bien conozco. Cuando era muy pequeña, yo
veía en Verona a las hermosas vacas
pacer en los prados. Luego las veía pintadas en mis libros, pero las recordaba
siempre al pasar por las carnicerías.
CABALLO BLANCO I.° Amor que sólo
dura un momento.
JULIETA. Sí, un minuto; y Julieta, viva, alegrísima, fibre del
punzante enjambre de lupas. Julieta en el
comienzo, Julieta a la orilla de la
ciudad.
CABALLO BLANCO I.°
(El tumulto de votes y espadas vuelve
a surgir en el fondo de la escena.)
Amor. Amar. Amor. Amor del caracol,
col, col, col, que saca los cuernos al sol. Amar. Amor. Amar del caballo que
lame la bola de sal.
(Baila.)
JULIETA. Ayer eran cuarenta y estaba
dormida. Venían las arañas, venían las niñas y la joven violada por el perro
tapándose con los geráneos, pero yo continuaba tranquila. Cuando las ninfas
hablan del queso, éste puede ser de leche de sirena o de trébol, pero ahora son
cuatro, son cuatro muchachos los que me han querido poner un falito de barro y
estaban decididos a pintarme un bigote de tinta.
CABALLO BLANCO I.° Amor. Amar. Amor.
Amor de Ginido con el cabrón, y de
la mula con el caracol, col, col, col, que saca los cuernos al sol. Amar. Amor.
Amar de Júpiter en el establo con el pavo real y el caballo que relincha dentro
de la catedral.
JULIETA. Cuatro muchachos, caballo.
Hacía mucho tiempo que sentía el ruido del juego, pero no he despertado hasta
que brillaban los cuchillos.
(Aparece el Caballo Negro. Lleva un
penacho de plumas del mismo color y una rueda en la mano.)
CABALLO NEGRO. ¿Cuatro muchachos?
Todo el mundo. Una tierra de asfódelos y otra tierra de semillas. Los muertos
siguen discutiendo y los vivos utilizan el bisturí. Todo el mundo.
CABALLO BLANCO I.° A las orillas del
Mar Muerto nacen unas bellas manzanas de ceniza, pero la ceniza es buena.
CABALLO NEGRO. ¡Oh frescura! ¡Oh
pulpa! ¡Oh rocío! Yo como ceniza.
JULIETA. No, no es buena la ceniza. ¿Quién
habla de ceniza?
CABALLO BLANCO I.° No hablo de ceniza. Hablo de la ceniza que
tiene forma de manzana.
CABALLO NEGRO. Forma, ¡forma! Ansia de la sangre.
JULIETA. Tumulto.
CABALLO NEGRO. Ansia de la sangre y hastío de la rueda.
(Aparecen los tres Caballos Blancos;
traen largos bastones de laca negra.)
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Forma y
ceniza. Ceniza y forma. Espejo. Y el que pueda acabar que ponga un pan de oro.
JULIETA. (Retorciéndose las
manos.) Forma y ceniza.
CABALLO NEGRO. Sí. Ya sabéis lo bien que degüello
las palomas. Cuando se dice roca yo entiendo aire.
Cuando se dice aire yo entiendo
vacío. Cuando se dice vacío yo entiendo paloma degollada.
CABALLO BLANCO I.°. Amor. Amor. Amor de la luna con el
cascarón, de la yema con la luna y la nube con el cascarón.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Golpeando
el suelo con sus bastones.)
Amor. Amor. Amor de la boñiga con el
sol, del sol con la vaca muerta y el escarabajo con el sol.
CABALLO NEGRO. Por mucho que mováis
los bastones las cosas no sucederán sino como tienen que suceder. ¡Malditos!
¡Escandalosos! He de recorrer el bosque en busca de resina varias veces a la
semana, por culpa vuestra, para tapar y restaurar el silencio que me pertenece.
(Persuasivo.) Vete, Julieta. Te he
puesto sábanas de hilo. Ahora
empezará a caer una lluvia fina coronada de yedras que mojará los cielos y
las paredes.
LOS TRES CABALLOS
BLANCOS. Tenemos tres bastones negros.
CABALLO BLANCO I.° Y una espada.
LOS
TRES CABALLOS BLANCOS. (A Julieta.) Hemos de pasar por tu vientre para
encontrar la
resurrección de los cabaIlos.
CABALLO NEGRO. Julieta, son las tres de la madrugada; si te descuidas, las
gentes cerrarán la puerta y
no podrás pasar.
LOS TRES CABALLOS
BLANCOS. Le queda el prado y el horizonte de montañas.
CABALLO NEGRO. Julieta,
no hagas ningún caso. En el prado está el campesino que se come los mocos,
el enorme pie que machaca al
ratoncito, y el ejército de lombrices que moja de babas la hierba viciosa.
CABALLO BLANCO I.° Le quedan sus pechitos duros y, además, ya se ha inventado
la cama para dormir
con los caballos.
LOS TRES CABALLOS
BLANCOS. (Agitando los bastones.) Y queremos acostarnos.
CABALLO BLANCO
I.° Con Julieta. Yo estaba en el sepulcro la última noche y sé todo lo que
pasó.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Furiosos.) ¡Queremos acostarnos!
CABALLO BLANCO I.° Porque somos
caballos verdaderos, caballos de coche que hemos roto con las
vergas la madera de los pesebres y
las ventanas del establo.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Desnúdate, Julieta, y deja
al aire tu grupa para el azote de nuestras
colas. ¡Queremos resucitar! (Julieta
se refugia con el Caballo Negro.)
CABALLO NEGRO. ¡Loca, más que loca!
JULIETA. (Rehaciéndose.) No os tengo miedo. ¿Queréis acostaros conmigo?
¿Verdad? Pues ahora soy yo
la que quiere acostarse con
vosotros, pero yo mando, yo dirijo, yo os monto, yo os corto las crines con
mis tijeras.
CABALLO NEGRO. ¿Quién
pasa a través de quién? ¡Oh amor, amor, que necesitas pasar tu luz por los
calores oscuros! ¡Oh mar apoyado en
la penumbra y flor en el culo del muerto!
JULIETA. (Enérgica.) No soy yo
una esclava para que me hinquen punzones de ámbar en los senos ni un oráculo
para los que tiemblan de amor a la salida de las ciudades. Todo mi sueño ha
sido con el olor de la
higuera y la cintura del que corta
las espigas. ¡Nadie a través de mí! ¡Yo a través de vosotros!
CABALLO NEGRO.
Duerme, duerme, duerme.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Empuñan los bastones y
por las conteras de éstos saltan tres
chorros de agua.) Te orinamos,
te orinamos. Te orinamos como orinamos a las yeguas, como la cabra
orina el hocico del macho y el cielo
orina a las magnolias para ponerlas de cuero.
CABALLO NEGRO. (A Julieta.) A
tu sitio. Que nadie pase a través de ti.
JULIETA. ¿Me he de callar entonces? Un
niño recién nacido es hermoso.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Es hermoso. Y
arrastraría la cola por todo el cielo.
(Aparece por la derecha el Hombre
I.° con el Director de escena. El Director de escena viene, como en el primer
acto, transformado en un Arlequín blanco.)
HOMBRE I.° ¡Basta, señores!
DIRECTOR. ¡Teatro al aire libre!
CABALLO BLANCO I.° No. Ahora hemos inaugurado
el verdadero teatro. El teatro bajo la arena.
CABALLO NEGRO. Para que se sepa
la verdad de las sepulturas.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Sepulturas con
anuncios, focos de gas y largas filas de butacas.
HOMBRE I.° ¡Sí! Ya hemos dado
el primer paso. Pero yo sé positivamente que tres de vosotros se ocultan,
que tres de vosotros nadan todavía
en la superficie. (Los tres Caballos Blancos se agrupan inquietos.)
Acostumbrados al látigo de los
cocheros y a las tenazas de los herradores tenéis miedo de la verdad.
CABALLO
NEGRO: Cuando se hayan quitado el último traje de sangre, la verdad será una
ortiga, un
cangrejo devorado, o un trozo de
cuero detrás de los cristales.
HOMBRE I.° Deben desaparecer inmediatamente de
este sitio. Ellos tienen miedo del público. Yo sé la
verdad, yo sé que ellos no buscan a
Julieta, y ocultan un deseo que me hiere y que leo en sus ojos.
CABALLO NEGRO.
No un deseo; todos los deseos. Como tú.
HOMBRE I.° Yo no tengo más que un
deseo.
CABALLO BLANCO I.° Como los
caballos, nadie olvida su máscara.
HOMBRE I.° Yo no tengo máscara.
DIRECTOR. No
hay más que máscara. Tenía yo razón, Gonzalo. Si burlamos la máscara, ésta nos
colgará
de un árbol como al muchacho de
América.
JULIETA. (Llorando.) ¡Máscara!
CABALLO BLANCO I.° Forma.
DIRECTOR. En medio de la calle la máscara nos abrocha los botones y evita el
rubor imprudente que a
veces surge en las mejillas. En la
alcoba, cuando nos metemos los dedos en las narices, o nos exploramos
delicadamente el trasero, el yeso de la máscara oprime de tal forma nuestra
carne que apenas si podemos tendernos en el lecho.
HOMBRE I.° (Al Director.) Mi
lucha ha sido con la máscara hasta conseguir verte desnudo. (Lo abraza.)
CABALLO
BLANCO I.° (Burlón.) Un lago es una superficie.
HOMBRE I.° (Irritado.)
¡O un volumen!
CABALLO BLANCO I.° (Riendo.) Un volumen son mil
superficies.
DIRECTOR. (Al Hombre I.°) No
me abraces, Gonzalo. Tu amor vive sólo en presencia de testigos. ¿No me has
besado lo bastante en la ruina? Desprecio tu elegancia y tu teatro. (Luchan.)
HOMBRE I.° Te amo delante de los
otros porque abomino de la máscara y porque ya he conseguido arrancártela.
DIRECTOR. ¿Por qué soy tan débil?
HOMBRE I.° (Luchando.) Te amo.
DIRECTOR. (Luchando.) Te escupo.
JULIETA. ¡Están luchando!
CABALLO NEGRO. Se aman.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Amor, amor, amor. Amor del uno con
el dos y amor del tres que se ahoga por ser uno entre los dos.
HOMBRE I.° Desnudaré tu esqueleto.
DIRECTOR. Mi esqueleto tiene siete luces.
HOMBRE I.° Fáciles para mis siete
manos.
DIRECTOR. Mi esqueleto tiene siete sombras.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS.
Déjalo, déjalo.
CABALLO BLANCO I.° (Al Hombre I.°) Te ordeno que lo
dejes.
(Los Caballos separan al Hombre I.°
y al Director.)
DIRECTOR. Esclavo del león, puedo
ser amigo del caballo.
CABALLO BLANCO I.° (Abrazándolo.) Amor.
DIRECTOR.
Meteré las manos en las grandes bolsas para arrojar al fango las monedas y las
sumas llenas
de miguitas de pan.
JULIETA. (Al
Caballo Negro.) ¡Por favor!
CABALLO NEGRO. (Inquieto.) Espera.
HOMBRE I.° No ha llegado la hora todavía de que los caballos se lleven un
desnudo que yo he hecho
blanco a fuerza de lágrimas.
(Los tres Caballos Blancos detienen
al Hombre I.°)
HOMBRE I.° ¡Enrique!
DIRECTOR.
¿Enrique? Ahí tienes a Enrique. (Se quita rápidamente el traje y lo tira
detrás de una
columna. Debajo lleva un sutilísimo
Traje de Bailarina. Por detrás de la columna aparece el Traje de
Enrique. Este personaje es el mismo
Arlequín Blanco con una careta amarillo pálido.)
EL TRAJE DE
ARLEQUÍN. Tengo frío. Luz eléctrica. Pan. Estaban quemando goma. (Queda
rígido.)
DIRECTOR. (Al Hombre I.°) ¿No vendrás ahora conmigo? ¡Con
la Guillermina de los caballos!
CABALLO BLANCO I.° Luna y raposa y botella de
las tabernillas.
DIRECTOR. Pasaréis vosotros, y los
barcos, y los regimientos y, si quieren, las cigüeñas pueden pasar también.
¡Ancha soy!
LOS TRES CABALLOS BLANCOS.
¡Guillermina!
DIRECTOR. No Guillermina. Yo no soy Guillermina. Yo soy la
Dominga de los negritos. (Se arranca las
gasas y aparece vestido con un maillot todo
lleno de pequeños cascabeles. Lo arroja detrás de la
columna y desaparece seguido de los
Caballos. Entonces aparece el personaje Traje de Bailarina.)
EL TRAJE DE BAILARINA.
Gui-guiller-guillermi-guillermina. Na-nami-namiller-namillergui. Dejadme entrar
o dejadme salir. (Cae al suelo dormida.)
HOMBRE I.° ¡Enrique, ten cuidado con
las escaleras!
DIRECTOR. (Fuera.) ¡Luna y raposa de los marineros
borrachos!
JULIETA. (Al Caballo Negro.) Dame la medicina para dormir.
CABALLO NEGRO. Arena.
HOMBRE I.° (Gritando.) ¡En pez luna; sólo deseo
que tú seas un pez luna! ¡Que te conviertas en un pez
luna! (Sale detrás
violentamente.)
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique. Luz eléctrica. Pan. Estaban
quemando goma.
(Aparecen por la izquierda el Hombre
3.° y el Hombre 2.° El Hombre 2.° es la mujer del Pijama Negro y las amapolas del
cuadro I. E1 Hombre 3.°, sin transformar.)
HOMBRE 2.° Me quiere tanto que si
nos ve juntos, seria capaz de asesinarnos. Vamos. Ahora yo te serviré para
siempre.
HOMBRE 3.° Tu belleza era hermosa
por debajo de las columnas.
JULIETA. (A la pareja.) Vamos a cerrar la
puerta.
HOMBRE 2.° La puerta del teatro no se cierra nunca.
JULIETA. Llueve
mucho, amiga mía.
(Empieza a llover. El Hombre 3. °
saca del bolsillo una careta de ardiente expresión y se cubre el rostro.)
HOMBRE 3.° (Galante.) ¿Y no
pudiera quedarme a dormir en este sitio?
JULIETA. ¿Para qué? HOMBRE 3.° Para
gozarte. (Habla con ella.)
HOMBRE 2.° (Al Caballo Negro.) ¿Vio
salir a un hombre con barba negra, moreno, al que le chillaban un
poco los zapatos de charol?
CABALLO
NEGRO. No lo vi.
HOMBRE 3.° (A Julieta.) ¿Y quién mejor que yo para
defenderte?
JULIETA. ¿Y quién más digna de amor que tu amiga?
HOMBRE 3.° ¿Mi
amiga? (Furioso.) ¡Siempre por vuestra culpa pierdo! Ésta no es mi
amiga. Ésta es una
máscara, una escoba, un perro débil
de sofá.
(Lo desnuda violentamente, le guita
el pijama, la peluca y aparece el Hombre 2.° sin barba, con el traje del primer
cuadro.)
HOMBRE 2.° ¡Por caridad!
HOMBRE 3.° (A
Julieta.) Lo traía disfrazado para defenderlo de los bandidos. Bésame la
mano, besa la
mano de tu protector.
(Aparece el Traje de Pijama con las
amapolas. La cara de este personaje es blanca, lisa y comba como un huevo de
avestruz. El Hombre 3.° empuja al Hombre 2.° y lo hace desaparecer
por la derecha.)
HOMBRE 2.° ¡Por caridad!
(El Traje se sienta en las escaleras
y golpea lentamente su cara lisa con las manos, hasta el final.)
HOMBRE 3.° (Saca del bolsillo una
gran capa roja que pone sobre sus hombros enlazando a Julieta.) «Mira, amor
mío..., qué envidiosas franjas de luz ribetean las rasgadas nubes allá en el
Oriente... » El viento quiebra las ramas del ciprés...
JULIETA. ¡No es así!
HOMBRE 3.° ...
Y visita en la India a todas las mujeres que tienen las manos de agua.
CABALLO
NEGRO. (Agitando la rueda.) ¡Se va a cerrar!
JULIETA. ¡Llueve mucho!
HOMBRE 3.° Espera, espera. Ahora
canta el ruiseñor.
JULIETA. (Temblando.) ¡El ruiseñor, Dios mío! ¡El
ruiseñor... !
CABALLO NEGRO. ¡Que no te sorprenda! (La coge rápidamente y la
tiende en el sepulcro.)
JULIETA. (Durmiéndose.) ¡El ruiseñor...!
CABALLO NEGRO. (Saliendo.) Mañana volveré con la arena.
JULIETA. Mañana.
HOMBRE 3.° (Junto al sepulcro.) ¡Amor mío, vuelve! El viento quiebra las
hojas de los arces. ¿Qué has
hecho? (La abraza.)
VOZ
FUERA. ¡Enrique!
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique.
EL TRAJE DE BAILARINA. Guillermina.
¡Acabar ya de una vez! (Llora.)
HOMBRE 3.° Espera, espera. Ahora canta
el ruiseñor. (Se oye la bocina. El Hombre 3.° deja la careta
sobre el rostro de Julieta y cubre
el cuerpo de ésta con la capa roja.) Llueve demasiado. (Abre un
paraguas y sale en silencio sobre
las puntas de los pies.)
HOMBRE I.° (Entrando.) Enrique, ¿cómo has
vuelto?
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique, ¿cómo has vuelto?
HOMBRE I.° ¿Por qué te
burlas?
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. ¿Por qué te
burlas?
HOMBRE I.° (Abrazando al Traje.) Tenías que volver para mí, para
mi amor inagotable, después de haber
vencido las hierbas y los caballos.
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. ¡Los caballos!
HOMBRE I.° ¡Dime, dime que has vuelto por
mí!
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Con voz débil.) Tengo frío. Luz eléctrica.
Pan. Estaban quemando goma.
HOMBRE I.° (Abrazándolo con violencia.) ¡Enrique!
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Con voz cada vez más débil.) Enrique.
EL TRAJE DE
BAILARINA. (Con voz tenue.) Guillermina.
HOMBRE I.° (Arrojando el
Traje al suelo y subiendo por las escaleras.) ¡Enriqueee!
EL TRAJE DE
ARLEQUÍN. (En el suelo.) Enriqueecee.
(La Figura con el rostro de huevo se
lo golpea incesantemente con las manos. Sobre el ruido de la lluvia canta el
verdadero ruiseñor.)
Telón
Cuadro cuarto
En el centro de la escena, una cama
de frente y perpendicular, como pintada por un primitivo, donde hay un Desnudo
Rojo coronado de espinas azules. Al fondo, unos arcos y escaleras que conducen
a los palcos de un gran teatro. A la derecha, la portada de una universidad. Al
levantarse el telón se oye una salva de aplausos.
DESNUDO. ¿Cuándo acabáis?
ENFERMERO.
(Entrando rápidamente.) Cuando cese el tumulto.
DESNUDO. ¿Qué piden?
ENFERMERO. Piden la muerte del Director de escena.
DESNUDO. ¿Y qué dicen de mí?
ENFERMERO. Nada.
DESNUDO. Y de Gonzalo, ¿se sabe algo?
ENFERMERO. Lo están
buscando en la ruina.
DESNUDO. Yo deseo morir. ¿Cuántos vasos de sangre me
habéis sacado?
ENFERMERO. Cincuenta. Ahora te daré la hiel, y luego, a las
ocho, vendré con el bisturí para ahondarte la
herida del costado.
DESNUDO. Es la
que tiene más vitaminas.
ENFERMERO. Sí.
DESNUDO. ¿Dejaron salir a la gente bajo
la arena?
ENFERMERO. Al contrario. Los soldados y los ingenieros están cerrando
todas las salidas.
DESNUDO. ¿Cuánto falta para Jerusalén?
ENFERMERO. Tres
estaciones, si queda bastante carbón.
DESNUDO. Padre mío, aparta de mí este
cáliz de amargura.
ENFERMERO. Cállate. Ya es éste el tercer termómetro que
rompes.
(Aparecen los Estudiantes. Visten
mantos negros y becas rojas.)
ESTUDIANTE I.° ¿Por qué no limamos
los hierros?
ESTUDIANTE 2.° La callejuela está llena de gente armada y es
difícil huir por allí.
ESTUDIANTE 3.° ¿Y los caballos?
ESTUDIANTE I.° Los
caballos lograron escapar rompiendo el techo de la escena.
ESTUDIANTE 4.°
Cuando estaba encerrado en la torre los vi subir agrupados por la colina. Iban
con el
Director de escena.
ESTUDIANTE I.°
¿No tiene foso el teatro?
ESTUDIANTE 2.° Pero hasta los fosos están abarrotados
de público. Más vale quedarse. (Se oye una salva
de aplausos. El Enfermero incorpora
al Desnudo y le arregla las almohadas.)
DESNUDO. Tengo sed.
ENFERMERO. Ya se
ha enviado al teatro por el agua.
ESTUDIANTE 4.° La primera bomba de la
revolución barrió la cabeza del profesor de retórica.
ESTUDIANTE 2.° Con gran
alegría para su mujer, que ahora trabajará tanto que tendrá que ponerse dos
grifos en las tetas.
ESTUDIANTE 3.°
Dicen que por las noches subía un caballo con ella a la terraza.
ESTUDIANTE I.°
Precisamente ella fue la que vio por una claraboya del teatro todo lo que
ocurría y dio la
voz de alarma.
ESTUDIANTE 4.° Y
aunque los poetas pusieron una escalera para asesinarla, ella siguió dando
voces y
acudió la multitud.
ESTUDIANTE 2.°
¿Se llama?
ESTUDIANTE 3.° Se llama Elena.
ESTUDIANTE I.° (Aparte.) Selene.
ESTUDIANTE 2.° (Al Estudiante I.°) ¿Qué te pasa?
ESTUDIANTE I.° Tengo
miedo de salir al aire.
(Por las escaleras bajan los dos
Ladrones. Varias Damas, vestidas de noche, salen precipitadamente de los
palcos. Los Estudiantes discuten.)
DAMA I.a ¿Estarán todavía los coches
a la puerta?
DAMA 2.a ¡Qué horror!
DAMA 3.a Han encontrado al Director de
escena dentro del sepulcro.
DAMA I.a ¿Y Romeo?
DAMA 4.a Lo estaban desnudando
cuando salimos.
MUCHACHO I.° El-público quiere que
el poeta sea arrastrado por los caballos.
DAMA I.a Pero ¿por qué? Era un drama
delicioso y la revolución no time derecho a profanar las tumbas.
DAMA 2.a Las
voces estaban vivas y sus apariencias también. ¿Qué necesidad teníamos de lamer
los
esqueletos?
MUCHACHO I.° Tiene
razón. El acto del sepulcro estaba prodigiosamente desarrollado. Pero yo descubrí
la mentira cuando vi los pies de
Julieta. Eran pequeñísimos.
DAMA 2.a ¡Deliciosos! No querrá usted ponerles
reparo.
MUCHACHO I.° Sí, pero eran demasiado pequeños para ser pies de mujer.
Eran demasiado perfectos y
demasiado femeninos. Eran pies de hombre,
pies inventados por un hombre.
DAMA 2.a ¡Qué horror!
(Del teatro llegan murmullos y ruido
de espadas.)
DAMA 3.a ¿No podemos salir?
MUCHACHO
I.° En este momento llega la revolución a la catedral. Vamos por la escalera. (Salen.)
ESTUDIANTE 4.° El tumulto comenzó cuando vieron que Romeo y Julieta se
amaban de verdad.
ESTUDIANTE 2.° Precisamente fue por todo lo contrario. El
tumulto comenzó cuando observaron que no
se amaban, que no podían amarse
nunca.
ESTUDIANTE 4.° El público tiene sagacidad para descubrirlo todo y por
eso protestó.
ESTUDIANTE 2.° Precisamente por eso. Se amaban los esqueletos y
estaban amarillos de llama, pero no
se amaban los trajes y el público
vio varias veces la cola de Julieta cubierta de pequeños sapitos de asco.
ESTUDIANTE 4.° La gente se olvida de los trajes en las representaciones y la
revolución estalló cuando se encontraron a la verdadera Julieta amordazada
debajo de las sillas y cubierta de algodones para que no
gritase.
ESTUDIANTE I.° Aquí está la
gran equivocación de todos y por eso el teatro agoniza. El público no debe
atravesar las sedas y los cartones
que el poeta levanta en su dormitorio. Romeo puede ser un ave y Julieta puede
ser una piedra. Romeo puede ser un grano de sal y Julieta puede ser un mapa.
¿Qué le importa esto al público?
ESTUDIANTE 4.° Nada. Pero un ave no
puede ser un gato, ni una piedra puede ser un golpe de mar.
ESTUDIANTE 2.° Es
cuestión de forma, de máscara. Un gato puede ser una rana, y la luna de
invierno puede ser muy bien un haz de leña cubierto de gusanos ateridos. El
público se ha de dormir en la palabra
y no ha de ver a través de la
columna las ovejas que balan y las nubes que van por el cielo.
ESTUDIANTE 4.°
Por eso ha estallado la revolución. El Director de escena abrió los
escotillones, y la gente pudo ver cómo el veneno de las venas falsas había
causado la muerte verdadera de muchos niños.
No son las formas disfrazadas las
que levantan la vida, sino el cabello de barómetro que tienen detrás.
ESTUDIANTE 2.° En último caso, ¿es que Romeo y Julieta tienen que ser
necesariamente un hombre y
una mujer para que la escena del
sepulcro se produzca de manera viva y desgarradora?
ESTUDIANTE I.° No es
necesario, y esto era lo que se propuso demostrar con genio el Director de
escena.
ESTUDIANTE 4.° (Irritado.) ¿Que no es necesario? Entonces que se
paren las máquinas y arrojad los
granos de trigo sobre un campo de
acero.
ESTUDIANTE 2.° ¿Y qué pasaría? Pasaría que vendrían los hongos y los
latidos se harían quizá más
intensos y apasionantes. Lo que pasa
es que se sabe lo que alimenta un grano de trigo y se ignora lo que alimenta un
hongo.
ESTUDIANTE 5.° (Saliendo de los palcos.) Ha llegado el juez, y
antes de asesinarlos, les van a hacer repetir la escena del sepulcro.
ESTUDIANTE 4.° Vamos. Veréis cómo
tengo razón.
ESTUDIANTE 2.° Sí. Vamos a ver la última Julieta verdaderamente
femenina que se verá en el teatro.
(Salen rápidamente.)
DESNUDO. Padre mío, perdónalos, que no saben lo que se hacen.
ENFERMERO. (A
los Ladrones.) ¿Por qué llegáis a esta hora?
LOS LADRONES. Se ha equivocado
el traspunte.
ENFERMERO. ¿Os han puesto las inyecciones?
LOS LADRONES. Sí.
(Se sientan a los pies de la cama
con unos cirios encendidos. La escena queda en penumbra. Aparece el Traspunte.)
ENFERMERO. ¿Son éstas horas de
avisar?
TRASPUNTE. Le ruego me perdone. Pero se había perdido la barba de José
de Arimatea.
ENFERMERO. ¿Está preparado el quirófano?
TRASPUNTE. Sólo faltan
los candeleros, el cáliz y las ampollas de aceite alcanforado.
ENFERMERO. Date
prisa. (Se va el Traspunte.)
DESNUDO. ¿Falta mucho?
ENFERMERO. Poco. Ya
han dado la tercera campanada. Cuando el Emperador se disfrace de Poncio
Pilato.
MUCHACHO I.° (Aparece con
las Damas.) ¡Por favor! No se dejen ustedes dominar por el pánico.
DAMA I.a
Es horrible perderse en un teatro y no encontrar la salida.
DAMA 2.a Lo que más
miedo me ha dado ha sido el lobo de cartón y las cuatro serpientes en el
estanque de
hojalata.
DAMA 3.a Cuando subíamos
por el monte de la ruina creímos ver la luz de la aurora, pero tropezamos con
los telones y traigo mis zapatos de
tisú manchados de petróleo.
DAMA 4.a (Asomándose a los arcos.) Están
representando otra vez la escena del sepulcro. Ahora es seguro
que el fuego romperá las puertas,
porque cuando yo lo vi, hace un momento, ya los guardianes tenían las
manos achicharradas y no lo podían
contener.
MUCHACHO I.° Por las ramas de aquel árbol podemos alcanzar uno de los
balcones y desde allí
pediremos auxilio.
ENFERMERO. (En
alta voz.) ¿Cuándo va a comenzar el toque de agonía?
(Se oye una campana.) ,
LOS LADRONES. (Levantando los
cirios.) Santo. Santo. Santo.
DESNUDO. Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu.
ENFERMERO. Te has adelantado dos minutos.
DESNUDO. Es que el ruiseñor
ha cantado ya.
ENFERMERO. Es cierto. Y las
farmacias están abiertas para la agonía.
DESNUDO. Para la agonía del hombre
solo, en las plataformas y en los trenes.
ENFERMERO. (Mirando el reloj y en
voz alta.) Traed la sábana. Mucho cuidado con que el aire que ha de
soplar no se lleve vuestras pelucas.
Deprisa.
LOS LADRONES. Santo. Santo. Santo.
DESNUDO. Todo se ha consumado.
HOMBRE I.° (Cerrando los ojos.) ¡Agonía!
(La coma gira sobre un eje y el
Desnudo desaparece. Sobre el reverso del lecho aparece tendido el Hombre I.°,
siempre con frac y barba negra.)
(La luz toma un fuerte tinte plateado
de pantalla cinematográfica. Los arcos y escaleras del fondo aparecen teñidos
de una granulada luz azul. El En- fermero y los Ladrones desaparecen con Paso
de baile sin dar la espalda. Los Estudiantes salen por debajo de uno de los
arcos. Llevan pequeñas linternas eléctricas.)
ESTUDIANTE 4.° La actitud del
público ha sido detestable.
ESTUDIANTE I.° Detestable. Un espectador no debe
formar nunca parte del drama. Cuando la gente va al
aquárium no asesina a
las serpientes de mar ni a las ratas de agua, ni a los peces cubiertos de
lepra, sino que resbala sobre los cristales sus ojos y aprende.
ESTUDIANTE 4.° Romeo era un hombre
de treinta años y Julieta un muchacho de quince. La denuncia del público fue
eficaz.
ESTUDIANTE 2.° El Director de escena
evitó de manera genial que la masa de espectadores se enterase de esto, pero
los caballos y la revolución han destruido sus planes.
ESTUDIANTE 4.° Lo que es inadmisible
es que los hayan asesinado.
ESTUDIANTE I.° Y que hayan asesinado también a la
verdadera Julieta que gemía debajo de las butacas.
ESTUDIANTE 4.° Por pura
curiosidad, para ver lo que tenían dentro.
ESTUDIANTE 3.° ¿Y qué han sacado en
claro? Un racimo de heridas y una desorientación absoluta.
ESTUDIANTE 4.° La
repetición del acto ha sido maravillosa porque indudablemente se amaban con un
amor incalculable, aunque yo no lo
justifique. Cuando cantó el ruiseñor yo no pude contener mis
lágrimas.
ESTUDIANTE 3.° Y toda la
gente; pero después enarbolaron los cuchillos y los bastones porque la letra
era más fuerte que ellos y la
doctrina, cuando desata su cabellera, puede atropellar sin miedo las verdades
más inocentes.
ESTUDIANTE 5.°
(Alegrísimo.) Mirad, he conseguido un zapato de Julieta. La estaban
amortajando las
monjas y lo he robado.
ESTUDIANTE
4.° (Serio.) ¿Qué Julieta?
ESTUDIANTE 5.° ¿Qué Julieta iba a ser?
La que estaba en el escenario, la que tenía los pies más bellos
del mundo.
ESTUDIANTE 4.° (Con
asombro.) ¿Pero no te has dado cuenta de que la Julieta que estaba en el
sepulcro
era un joven disfrazado, un truco
del Director de escena, y que la verdadera Julieta estaba amordazada
debajo de los asientos?
ESTUDIANTE
5.° (Rompiendo a reír.) ¡Pues me gusta! Parecía muy hermosa, y si era un
joven disfrazado
no me importa nada; en cambio, no
hubiese recogido el zapato de aquella muchacha llena de polvo que
gemía como una gata debajo de las
sillas.
ESTUDIANTE 3.° Y, sin embargo, por eso la han asesinado.
ESTUDIANTE 5.°
Porque están locos. Pero yo que subo dos veces, todos los días, la montaña y
guardo,
cuando terminan mis estudios, un
enorme rebaño de toros con los que tengo que luchar y vencer cada instante, no
me queda tiempo para pensar si es hombre o mujer o niño, sino para ver que me
gusta con un alegrísimo deseo.
ESTUDIANTE I.° ¡Magnífico! ¿Y si yo
quiero enamorarme de un cocodrilo?
ESTUDIANTE 5.° Te enamoras.
ESTUDIANTE I.°
¿Y si quiero enamorarme de ti?
ESTUDIANTE 5.° (Arrojándole el zapato.) Te
enamoras también, yo te dejo, y te subo en hombros por los
riscos.
ESTUDIANTE I.° Y lo
destruimos todo.
ESTUDIANTE 5.° Los tejados y las familias.
ESTUDIANTE I.° Y
donde se hable de amor entraremos con botas de foot-ball echando fango
por los
espejos.
ESTUDIANTE 5.° Y quemaremos
el libro donde los sacerdotes leen la misa.
ESTUDIANTE I.° Vamos. ¡Vamos
pronto!
ESTUDIANTE 5.° Yo tengo cuatrocientos toros. Con las maromas que torció
mi padre los engancharemos
a las rocas para partirlas y que
salga un volcán.
ESTUDIANTE I.° ¡Alegría! Alegría de los muchachos, y de las
muchachas, y de las ranas, y de los
pequeños taruguitos de madera.
TRASPUNTE. (Apareciendo.) ¡Señores!, clase de geometría descriptiva.
HOMBRE I.° Agonía.
(La escena va quedando en penumbra.
Los Estudiantes encienden sus linternas y entran en la universidad.)
TRASPUNTE. (Displicente.) ¡No
hagan sufrir a los cristales!
ESTUDIANTE 5.° (Huyendo por los arcos con el
Estudiante I.°) ¡Alegría! ¡Alegría! ¡Alegría!
HOMBRE I.° Agonía. Soledad del
hombre en el sueño lleno de ascensores y trenes donde tú vas a velocidades
inasibles. Soledad de los edificios, de las esquinas, de las playas, donde tú
no aparecerás ya nunca.
DAMA I.a (Por las escaleras.) ¿Otra
vez la misma decoración? ¡Es horrible!
MUCHACHO I.° ¡Alguna puerta será la
verdadera!
DAMA 2.a ¡Por favor! ¡No me suelte usted de la mano!
MUCHACHO I.°
Cuando amanezca nos guiaremos por las claraboyas.
DAMA 3.a Empiezo a tener frío
con este traje.
HOMBRE I.° (Con voz débil.) ¡Enrique!
¡Enrique!
DAMA I.a ¿Qué ha sido eso?
MUCHACHO I.° Calma.
Cortina azul.
(La escena está a oscuras. La
linterna del Muchacho I.° ilumina la cara muerta del Hombre I.°)
Telón
[Solo del pastor bobo]
En el centro, un gran armario lleno
de Caretas blancas de diversas expresiones. Cada Careta tiene su lucecita
delante. El Pastor Bobo viene por la derecha. Viste de pieles bárbaras y lleva
en la cabeza un embudo lleno de plumas y ruedecillas. Toca un aristón y danza
con ritmo lento.
EL PASTOR.
El pastor bobo guarda las caretas.
Las caretas de los pordioseros y de los poetas que matan a las gipaetas
cuando vuelan por las aguas quietas.
Careta de los niños que usan la puñeta y se pudren debajo de una seta. Caretas
de las águilas con muletas. Careta
de la careta que era de yeso de Creta y se puso de harinita color violeta en el
asesinato de Julieta. Adivina. Adivinilla. Adivineta
de un teatro sin lunetas y un cielo
lleno de sillas con el hueco de una careta. Balad, balad, balad, caretas.
(Las Caretas balan imitando las
ovejas y alguna tose.)
Los caballos se comen la seta y se
pudren bajo la veleta. Las águilas usan la puñeta y se llenan de fango bajo el
cometa, y el cometa devora la gipaeta
que rayaba el pecho del poeta.
¡Balad, balad, balad, caretas!
Europa se arranca las tetas, Asia se queda sin lunetas y América es un
cocodrilo que no necesita careta.
La musiquilla, la musiqueta de las
púas heridas y la limeta.
(Empuja el armario, que va montado
sobre ruedas, y desaparece. Las Caretas balan.)
Cuadro quinto
La misma decoración que en el primer
cuadro. A la izquierda, una gran cabeza de caballo colocada en el suelo. A la
derecha, un ojo enorme y un grupo de árboles con nubes, apoyados en la pared.
Entra el Director de escena con el Prestidigitador. El Prestidigitador viste de
frac, capa blanca de raso que le llega a los pies y lleva sombrero de copa. El
Director de escena tiene el traje del primer cuadro.
DIRECTOR. Un prestidigitador no
puede resolver este asunto, ni un médico, ni un astrónomo, ni nadie. Es muy
sencillo soltar a los leones y luego llover azufre sobre ellos. No siga usted
hablando.
PRESTIDIGITADOR. Me parece que
usted, hombre de máscara, no recuerda que nosotros usamos la cortina oscura.
DIRECTOR. Cuando las gentes están en
el cielo; pero dígame, ¿qué cortina se puede usar en un sitio donde el aire es
tan violento que desnuda a la gente y hasta los niños llevan navajitas para
rasgar los telones?
PRESTIDIGITADOR. Naturalmente, la
cortina del prestidigitador presupone un orden en la oscuridad del truco; por
eso, ¿por qué eligieron ustedes una tragedia manida y no hicieron un drama
original?
DIRECTOR. Para expresar lo que pasa
todos los días en todas las grandes ciudades y en los campos por medio de un
ejemplo que, admitido por todos a pesar de su originalidad, ocurrió sólo una
vez. Pude haber elegido el Edipo o el Otelo. En cambio, si
hubiera levantado el telón con la verdad original, se hubieran manchado de
sangre las butacas desde las primeras escenas.
PRESTIDIGITADOR. Si hubieran
empleado «la flor de Diana» que la angustia de Shakespeare utilizó de manera
irónica en el Sueño de una noche de verano, es probable que la
representación habría terminado con éxito. Si el amor es pura casualidad y
Titania, reina de los silfos, se enamora de un asno, nada de particular tendría
que, por el mismo procedimiento, Gonzalo bebiera en el music-ball con un
muchacho [vestido de] blanco sentado en las rodillas.
DIRECTOR. Le suplico no siga
hablando.
PRESTIDIGITADOR. Construyan ustedes un arco de alambre, una cortina y
un árbol de frescas hojas,
corran y descorran la cortina a
tiempo y nadie se extrañará de que el árbol se convierta en un huevo de
serpiente. Pero ustédes lo que querían era asesinar a la paloma y dejar en
lugar suyo un pedazo de mármol lleno de pequeñas salivas habladoras.
DIRECTOR. Era imposible hacer otra
cosa; mis amigos y yo abrimos el túnel bajo la arena sin que lo notara la gente
de la ciudad. Nos ayudaron muchos obreros y estudiantes que ahora niegan haber
trabajado a pesar de tener las manos llenas de heridas. Cuando llegamos al
sepulcro levantamos el telón.
PRESTIDIGITADOR. ¿Y qué teatro puede
salir de un sepulcro?
DIRECTOR. Todo el teatro sale de las humedades
confinadas. Todo el teatro verdadero tiene un profundo
hedor de luna pasada. Cuando los
trajes hablan, las personas vivas son ya botones de hueso en las paredes del
calvario. Yo hice el túnel para apoderarme de los trajes y, a través de ellos,
haber enseñado el perfil de una fuerza oculta cuando ya el público no tuviera
más remedio que atender, lleno de espíritu y subyugado por la acción.
PRESTIDIGITADOR. Yo convierto sin
ningún esfuerzo un frasco de tinta en una mano cortada llena de anillos
antiguos.
DIRECTOR. (Irritado.) Pero
eso es mentira, ¡eso es teatro! Si yo pasé tres días luchando con las raíces y
los golpes de agua fue para destruir el teatro.
PRESTIDIGITADOR. Lo Sabía.
DIRECTOR. Y demostrar que si Romeo y
Julieta agonizan y mueren para despertar sonriendo cuando cae el telón, mis
personajes, en cambio, queman la corona y mueren de verdad en presencia de los
espectadores. Los caballos, el mar; el ejército de las hierbas lo han impedido.
Pero algún día, cuando se quemen todos los teatros, se encontrará en los sofás,
detrás de los espejos y dentro de las copas de cartón dorado, la reunión de
nuestros muertos encerrados allí por el público. ¡Hay que destruir el teatro o
vivir en el teatro! No vale silbar desde las ventanas. Y si los perros gimen de
modo tierno hay que levantar la cortina sin prevenciones. Yo conocí a un hombre
que barría su tejado y limpiaba claraboyas y barandas solamente por galantería
con el cielo.
PRESTIDIGITADOR. Si avanzas un
escalón más, el hombre te parecerá una brizna de hierba.
DIRECTOR. No una
brizna de hierba, pero sí un navegante.
PRESTIDIGITADOR. Yo puedo convertir
un navegante en una aguja de coser.
DIRECTOR. Eso es precisamente lo que se
hace en el teatro. Por eso yo me atreví a realizar un dificilísimo
juego poético en espera de que el
amor rompiera con ímpetu y diera nueva forma a los trajes.
PRESTIDIGITADOR.
Cuando dice usted amor yo me asombro.
DIRECTOR. Sea sombra, ¿de qué?
PRESTIDIGITADOR. Veo un paisaje de arena reflejado en un espejo turbio.
DIRECTOR. ¿Y qué más?
PRESTIDIGITADOR. Que no acaba nunca de amanecer.
DIRECTOR. Es posible.
PRESTIDIGITADOR. (Displicente y golpeando la cabeza de caballo con las yemas
de los dedos.) Amor.
DIRECTOR. (Sentándose en la mesa.) Cuando dice
usted amor yo me asombro.
PRESTIDIGITADOR. Se asombra, ¿de qué?
DIRECTOR. Veo
que cada grano de arena se convierte en una hormiga vivísima.
PRESTIDIGITADOR.
¿Y qué más?
DIRECTOR. Que anochece cada cinco minutos.
PRESTIDIGITADOR. (Mírándolo
fijamente.) Es posible. (Pausa.) Pero, ¿qué se puede esperar de una
gente que inaugura el teatro bajo la arena? Si abriera usted esa puerta se
llenaría esto de mastines, de locos, de lluvias, de hojas monstruosas, de ratas
de alcantarilla. ¿Quién pensó nunca que se pueden romper todas las puertas de
un drama?
DIRECTOR. Es rompiendo todas las
puertas el único modo que tiene el drama de justificarse, viendo por sus
propios ojos que la ley es un muro que se disuelve en la más pequeña gota de
sangre. Me repugna el moribundo que dibuja con el dedo una puerta sobre la
pared y se duerme tranquilo. El verdadero drama es un circo de arcos donde el
aire y la luna y las criaturas entran y salen sin tener un sitio donde
descansar. Aquí está usted pisando un teatro donde se han dado dramas
auténticos y donde se ha sostenido un verdadero combate que ha costado la vida
a todos los intérpretes. (Llora.)
CRIADO. (Entrando
precipitadamente.) Señor.
DIRECTOR. ¿Qué ocurre? (Entra el Traje Blanco
de Arlequín y una Señora vestida de negro con la cara
cubierta por un espeso tul que
impede ver su rostro.)
SEÑORA. ¿Dónde está mi hijo?
DIRECTOR. ¿Qué hijo?
SEÑORA. Mi hijo Gonzalo.
DIRECTOR. (Irritado.) Cuando
terminó la representación bajó precipitadamente al foso del teatro con ese
muchacho que viene con usted. Más
tarde el traspunte lo vio tendido en la cama imperial de la
guardarropía. A mí no me debe
preguntar nada. Hoy todo aquello está bajo la tierra.
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Llorando.)
Enrique.
SEÑORA. ¿Dónde está mi hijo? Los
pescadores me llevaron esta mañana un enorme pez luna, pálido,
descompuesto, y me gritaron: ¡Aquí
tienes a tu hijo! Como el pez manaba sin cesar un hilito de sangre por la boca,
los niños reían y pintaban de rojo las suelas de sus botas. Cuando yo cerré mi
puerta sentí como la gente de los mercados lo arrastraban hacia el mar.
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Hacia el mar.
DIRECTOR. La representación ha
terminado hace horas y yo no tengo responsabilidad de lo que ha ocurrido.
SEÑORA. Yo presentaré mi denuncia y
pediré justicia delante de todos. (Inicia el mutis.)
PRESTIDIGITADOR. Señora, por ahí no
puede salir. SEÑORA. Tiene razón. El vestíbulo está completamente a oscuras. (Va
a salir por la puerta de la
derecha.)
DIRECTOR. Por ahí tampoco. Se caería
por las claraboyas. PRESTIDIGITADOR. Señora, tenga la bondad. Yo la
conduciré. (Se quita la capa y cubre con ella a la Señora. Da dos o tres
pases con las manos, tira de la capa y la Señora desaparece. El Criado empuja
al Traje de Arlequín y lo hace desaparecer por la izquierda. El Prestidigitador
saca un gran abanico blanco y empieza a abanicarse mientras canta suavemente.)
DIRECTOR. Tengo frío.
PRESTIDIGITADOR. ¿Cómo?
DIRECTOR. Le digo que tengo frío.
PRESTIDIGITADOR. (Abanicándose.) Es
una bonita palabra, frío.
DIRECTOR. Muchas gracias por todo.
PRESTIDIGITADOR. De nada. Quitar es
muy fácil. Lo difícil es poner.
DIRECTOR. Es mucho más difícil
sustituir.
CRIADO. (Entrando de haberse
llevado el Arlequín.) Hace un poco de frío. ¿Quiere que encienda la calefacción?
DIRECTOR. No. Hay que resistirlo
todo porque hemos roto las puertas, hemos levantado el techo y nos hemos
quedado con las cuatro paredes del drama. (Sale el Criado por la puerto
central.) Pero no importa. Todavía queda hierba suave para dormir.
PRESTIDIGITADOR. ¡Para dormir!
DIRECTOR. Que en último caso dormir
es sembrar.
CRIADO. ¡Señor! Yo no puedo resistir
el frío.
DIRECTOR. Te he dicho que hemos de
resistir, que no nos ha de vencer un truco cualquiera. Cumple tu obligación.
(El Director se pone unos guantes y se sube el cuello del frac lleno de
temblor. El Criadodesaparece.)
PRESTIDIGITADOR. (Abanicándose.) ¿Pero
es que el frío es una cosa mala?
DIRECTOR. (Con voz débil.) El
frío es un elemento dramático como otro cualquiera.
CRIADO. (Asoma a la puerta
temblando, con las manos sobre el pecho.) ¡Señor!
DIRECTOR. ¿Qué?
CRIADO. (Cayendo de rodillas.) Ahí
está el público.
DIRECTOR. (Cayendo de brutes sobre la mesa.) ¡Que pase!
VOZ. (Fuera.) Señor.
VOZ. (Fuera.) Qué.
VOZ. (Fuera.) El
público.
VOZ. (Fuera.) Que pase.
(El Prestidigitador, sentado cerca
de la cabeza de caballo, silba y se abanica con gran alegría. Todo el ángulo
izquierdo de la decoración se parte y aparece un cielo de nubes largas,
vivamente iluminado, y una lluvia lenta de guantes blancos, rígidos y
espaciados.)
(El Prestidigitador agita con viveza
el abanico por el aire. En la escena empiezan a caer copos de nieve.)
Telón lento
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