ACTO I, ESCENA II: Próspero y Miranda
(La isla. Frente a la cueva de Próspero. Entran Próspero y Miranda)
Miranda: Padre, si fuiste vos, con tu arte, el que puso a rugir las aguas salvajes, por favor aplacalas. Pareciera que llueve brea, y que el mar, subiendo por los cielos, fuera a romper contra el fuego. Sufro al ver sufrir a la tripulación de la nave que no puede haber resistido semejante espectáculo. Seguro que transportaba almas nobles, ahora hechas pedazos. Sus gritos golpearon mi corazón. ¡Cuántos buenos muchachos deben haber muerto!
Próspero: No te alarmes. Convencé a tu piadoso corazón: no hubo daño alguno. Nada hice que no fuera por vos, hija, que ignorás lo que sos porque ignorás de dónde vengo yo, y que soy mucho más que Próspero, señor de una pobre caverna y tu humilde padre.
Mir: nunca supe quién soy. Ahora me distraje con el barco, pero es raro que deje de pensar en ese enigma, y me encantaría que algún día me lo revelaras. Muchas veces empezaste el relato, y lo suspendiste diciendo “Todavía no”.
Pros: Ese momento ha llegado. Ayudame a quitarme la capa y atendé, que lo que voy a decir es de suma importancia para el entramado de las escenas. (deja el manto) El espectáculo del naufragio que tocó tu virtud piadosa, lo monté yo efectivamente, con mi magia. Te aseguro que ni un alma se ha perdido en esa nave, aunque hayas oído gritos, aunque la hayas visto hundirse. Es necesario que abras tus oídos. Atención, obedecé: ¿podrías recordar algo del tiempo anterior a nuestra vida en esta cueva?
Mir: algo recuerdo, padre.
Pros: contame las imágenes que guarda tu memoria.
Mir: mi recuerdo es lejano, parece más un sueño que algo que haya vivido. Veo cuatro o cinco mujeres cuidando de mí, en una habitación luminosa.
Pros: cinco mujeres, o más, Miranda. ¿Qué otra cosa? Tal vez recuerdes parte de nuestro viaje hasta esta isla.
Mir: recuerdo el mar. Nada más que el mar a mi alrededor.
Pros: Hace doce años, Miranda, tu padre era el duque de Milán, y un príncipe poderoso. Tu madre, un modelo de virtud.
Mir: ¿y quién nos trajo hasta aquí? ¿Qué juego sucio nos quitó semejante posición? ¿O fue una bendición que llegáramos a esta isla?
Pros: Las dos cosas, hija. Un acto desagradable nos expulsó, y por bendición llegamos aquí. Mi hermano, tu tío, que se llama Antonio, ese desgraciado a quien yo quería casi tanto como a vos, fue designado por mí para ejercer el mando de mi estado. En ese tiempo era el más poderoso de todos los estados, y Próspero el más respetado de los duques, sin competencia en sabiduría, artes liberales, toda clase de ciencias. Y como éstas se convirtieron en mi único interés, absorto en estudios secretos, le asigné a mi hermano el gobierno de mi ducado. ¿Me seguís?
Mir: te sigo con toda mi atención.
Pros: Antonio aprendió a conceder deseos, a negarlos, a hacer subir y bajar a los cortesanos según sus propios intereses. Cuando tuvo la clavija tanto del funcionario como de la función, templó los corazones del estado a su agrado; él fue la hiedra que cubrió mi tronco mayestático, que sorbió el verdor de mi existencia. ¡No me estás siguiendo!
Mir: Estoy siguiéndote, Padre.
Pros: dejando yo mis preocupaciones mundanas, entregado al encierro para mejorar mi mente y mi alma mediante el estudio, aún así mantenía el favor de mi pueblo fiel. Esto despertó en mi hermano traidor la envidia y los bajos instintos. Mi fe sin límites, mi confianza sin barreras, como las de un padre benévolo, generaron en él, como contraposición, una inmensa traición. Embriagado mi hermano con lo que mis ingresos producían, como uno que hace una verdad de tanto andar diciéndola y convierte en pecadora a su memoria por darle crédito a su propia mentira, así él creyó que era efectivamente el duque, porque me sustituía en funciones y porque actuaba exteriormente su realeza mediante prerrogativas caprichosas. Creció su ambición… ¿Escuchás lo que estoy diciendo?
Mir: tu relato, padre, curaría a un sordo.
Pros: para anular al personaje que él estaba actuando y ocupar su lugar hizo crecer su influencia. A mí, la biblioteca me era más valiosa que todo el ducado. El traidor se alió con el rey de Nápoles, mi enemigo, ahora le da un tributo anual, le rinde pleitesía, doblega a mi pueblo, a mi querido Milán, en una reverencia sin dignidad. Puso a mi país de rodillas.
Mir: ¿Cómo…? ¿Mi tío? Pecaría si no pensara noblemente respecto de mi abuela. Buenos vientres han dado malos hijos.
Pros: fijate si alguien puede ser tan perverso, y si ese alguien puede ser llamado hermano. Alfonso de Nápoles, mi enemigo, escucha el pedido de mi hermano. Consisitía en que aquél, a cambio de pleitesía más no sé cuánto tributo, me extirparía junto a los míos del ducado y le entregaría mi hermosísima ciudad a la avaricia de mi hermano Antonio. Reuniendo un ejército infiel, en una noche oscura, Antonio abrió las puertas de Milán y de allí nos sacaron a vos, que ibas llorando, y a mí mismo.
Mir: ¡basta, padre! Tu relato exprime mis ojos de dolor.
Pros: escuchá, porque hay más, para que puedas entender el asunto del que tratábamos (señala hacia el mar), sin el cual toda esta historia no tendría sentido.
Mir: ¿por qué no nos mataron?
Pros: buena pregunta, hija. No se animaron, para no provocar la reacción de mi pueblo que me quería. Para no manchar el asunto con sangre, pintaron sus sucios intereses con hermosos colores. Nos metieron en un barco, nos llevaron unas leguas adentro del mar y nos dejaron en una balsa sin velas, sin mástil, una cáscara de nuez que hasta las ratas habían abandonado por instinto. Nos dejaron llorándole al mar, suspirando al viento que, devolviendo suspiros, sólo nos hizo amables agravios.
Mir: ¡Qué problema debo haber sido para vos, padre!
Pros: Al contrario: fuiste un ángel que me salvó. Porque vos ibas sonriente, imbuida en fuerza celestial, mientras yo adornaba con mis lágrimas saladas el mar. Tu presencia me obligó a resistir lo que fuera a suceder.
Mir: ¿y cómo llegamos a tierra?
Pros: por providencia divina. Teníamos comida y agua fresca, que por caridad nos dio Gonzalo, un noble de Nápoles al que designaron jefe de la misión. Por su gentileza, nos dio vestimentas, materiales necesarios para subsistir, y, sabiendo que yo adoraba a mis libros, me entregó algunos volúmenes de mi biblioteca, para mí más valiosos que el ducado entero.
Mir: me encantaría conocer a ese Gonzalo.
Pros: atendé lo que digo, Miranda. Arribamos a esta isla. Aquí fui yo tu maestro, te di más beneficios de los que obtiene cualquier princesa en largas y tediosas y vanas horas con tutores idiotas.
Mir: pero, padre… ¿Qué relación tiene todo esto con la tempestad?
Pros: por un raro accidente, la Fortuna benéfica, mi querida señora, trajo a mis enemigos hasta esta costa. Mi cénit depende ahora de una estrella de lo más auspiciosa, Miranda, y si no cortejo su influencia mis fortunas desaparecerán para siempre. (la detiene) No preguntes más. Te inclinás a dormir, Miranda. Es bueno ese letargo: dale lugar, no lo frenes. De cualquier manera, sé que no podés mantenerte de despierta.
(Miranda se duerme)
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